10 mayo 2009

Rebajas

Siempre vamos juntos a todas partes, así que también al estreno de las rebajas de esos grandes almacenes. 

¡Qué barbaridad, cuánta gente, qué variedad! Todo nos parece nuevo, interesante. ¡Y cuánta gente! Al principio conseguimos mantenernos a la vista, pero la corriente de gente empieza a arrastrarnos a cada uno hacia un lado. No pasa nada, a la salida nos veremos, pienso. Me distraigo viendo tantas cosas que casi me olvido de todo. Es que, joder, estoy descubriendo una barbaridad de cosas, no sé por dónde empezar, es tal el aluvión de ofertas y de gente yendo y viniendo que empiezo incluso a asfixiarme. Decido salir y esperarte fuera al aire libre, al aire habitual, quiero decir.
Pero no sales.
Me tengo que ir, me esperan en casa.

Pasa el tiempo y me encuentro a tu madre. Afligida me dice que hace mucho que no te ve. Piensa que sigues ahí dentro. Me pregunta qué pasó. La verdad, no lo sé. Creo que le gustaría que entrase a buscarte. Yo... no sé... hay tantos sitios... perdone, creo que me llaman... a lo mejor... adiós.

Pasa todavía más tiempo, ya ni siquiera me acerco nunca por aquí, pero un día que paso por la puerta me cuentan que por fin saliste. Con los pies por delante y los ojos en blanco. ¡Pero qué me dices! [angustia + tristeza + sorpresa] 
Me entero que aquel día encontraste una escalera oculta que lleva a la última planta. Allí arriba dicen que hay de todo, que es fantástico, que sólo están los más atrevidos. Es como ir en un descapotable a toda velocidad, a toda pastilla. Casi nadie reúne voluntad suficiente para querer salir. Algunos, descubren que han perdido su pasado y el futuro es inexistente y saltan al vacío a través de la cristalera con la esperanza de sobrevivir a la caída, pero la mayoría termina saliendo como tú, dándose de baja en la vida.

Estoy triste, de verdad, aunque no lo diga. Me consuelo pensando que tu madre descansará, ya no llorará todos los días en la puerta de los grandes almacenes, mirando hacia arriba, preguntándose si estás ahí arriba y si algún día volverás. Ahora tu descansas, eso espero, y ella también.
Tal vez no debimos entrar. ¡Qué me costaba volver a asomarme! Mierda. ¡Qué más da ahora! Dios, no quiero ver a tu madre, no sabría qué decirle. Joder, la culpa no fue mía. ¿Tuya? Bueno, tampoco quiero decir eso, no lo sé.
La culpa fue de la vida. La vida puede ser como las rebajas en unos grandes almacenes. Repleta de gente y cosas interesantes, atrayentes, la mayoría totalmente innecesarias. Entras sin saber qué buscas, no sabes en qué planta acabarás, puedes perder incluso a las personas a las que más fuerte te agarras, conocer a otras que te acompañarán.
Hay gente que descubre plantas secretas con lo más rápido, lo más brillante, los más fuerte, lo más fácil, y se siente atraída por ello olvidándose que todo eso -aunque sean rebajas- tiene un precio a pagar.

El quinto día

Le dedico a la lectura menos tiempo del que me gustaría, así que cuando recibí como regalo un libro cuya edición de bolsillo tenía casi 7 centímetros de grosor, a la sincera sensación de agradecimiento se le unió un marcado glups.

Afortunadamente Frank Schätzing consiguió que las casi 1200 páginas de El quinto día (Der Schwarm) se transformaran en un buen plato de arròs caldòs amb pilotes, que devoré gustosamente. 

La contraportada del libro ya nos advierte de lo principal: parece que las criaturas marinas se están volviendo contra el hombre, una catástrofe se avecina y los biólogos han de averiguar el origen. 

¿Es un libro de aventuras, de ciencia ficción, técnico, fantasioso, realista? Yo diría que un poco de todo, y creo que esa mezcla es una de sus principales virtudes: me gusta la sensación de llevar leídas cientos de páginas y aun no saber qué orientación va a tomar el libro. El detalladísimo trabajo de documentación que lo envuelve en ocasiones te hace pensar que tienes entre las manos un libro técnico. Sin embargo ese carácter científico coquetea tan suavemente con la ficción que de hecho llegó un momento en que cualquier cosa que leyese me parecía creíble; no perdía el tiempo pensando "¿esto es posible o se está columpiando?"
¡Qué más daba! Lo importante era que me sentía atrapado por la historia, por la intriga y por el devenir de los personajes.

Recuerdo con agrado las sentadas en la terraza de Rebeca durante el final del verano y principio del otoño, tomando un café y disfrutando del libro; con ganas de, en cuanto volviera a casa, mirar en el Google Earth los diferentes lugares descritos en él; asombrándome al pensar el gran trabajo que debió de suponer al autor recopilar tanta información; reflexionando hasta qué punto algún día podría vivir una situación como la descrita por Schätzing. 
En definitiva, el libro me rondaba por la cabeza cada dos por tres. ¿Se le puede pedir algo más que eso a un libro? ¿Puede haber mejor recomendación?

Pues eso, recomendado.