15 febrero 2008

El cerebro es un trilero

El cerebro nos engaña. Decimos que fueron siete cervezas cuando en realidad no pasaron de cuatro; pensamos que aquella xiqueta no estaba nada mal pero nuestros amigos nos señalaban y se descojonaban. Eso, y muchas cosas más, cuenta Eduard Punset en uno de sus últimos libros: “L’ànima és al cervell: radiografia de la màquina de pensar”

Al parecer el cerebro es capaz de arrinconar, inventar, o sobrescribir recuerdos y percepciones con tal de cumplir con su principal objetivo: la supervivencia del organismo en el que habita.
Reflexionando sobre ello tal vez repasemos vivencias tratando de discernir sobre la exactitud del recuerdo que de ellas tenemos, y aunque sigamos validando como ciertos dichos recuerdos es posible que se nos plantee una ligera duda razonable. Es normal -diremos con cierta autoindulgencia- son cosas que pasaron hace ya tiempo. Pero ¿nos parecería también comprensible que nos dijeran, por ejemplo, que en el adelantamiento al camión de esta mañana nos arriesgamos demasiado puesto que el coche que venía de cara estaba mucho más cerca de lo que habíamos apreciado? ¿no hemos comprado pan esta mañana porque no nos lo han dicho o porque nuestro cerebro, en su tratamiento selectivo de los estímulos externos, ha decidido que no era importante recordarlo?
Estoy hablando de cosas que han pasado hace pocas horas, quizás minutos; sucesos que hemos interpretado de una manera pero que tal vez se han producido de otra, y sin poder culpar por ello al paso del tiempo.
¿Es posible que todo se deba a nuestra naturaleza optimista y al cerebro trilero que llevamos de serie, convertidos en nuestro ángel de la guarda en esta vida más gris de lo que nos parece?

05 febrero 2008

Temps fugit

Anoche me hubiera quedando un rato más leyendo, pero eché un vistazo al móvil y me di cuenta que si hoy no quería estar zombi debía acostarme ya porque la alarma sonaría por la mañana como Clint Eastwood, sin perdón.

Hablando con un compi del curro me dice que intenta ir a la piscina a la hora de comer porque cuando llega a casa al salir del trabajo la descendencia le ocupa el tiempo que antes dedicaba al deporte.

Periodistas dedicados al ocio electrónico se cuestionan cómo distribuir su tiempo ante la avalancha de juegos disponibles. Yo mismo he vendido recientemente bastantes juegos a pesar de apenas haberlos catado, sabiendo por un lado que perdía dinero, pero que por otro nunca iba a encontrar el hueco para disfrutarlos. Ey, incluso he guardado en mi casa durante 2 semanas la wii de mis sobrinos y ni la he conectado.

La TV empieza a ofertarse a la carta, con opciones para ver cuando nos plazca -o podamos- cualquier programa, pausar emisiones en directo, poner a grabar y empezar el visionado a mitad grabación.

De hecho, algunos deportes prefiero verlos en video para saltarme las pausas y así ganar unos cuántos minutos.

No llevo reloj en mi muñeca, en casa no hay ningún reloj que funcione (a excepción de los incorporados en video, microondas y demás electrodomésticos) sin embargo siento el peso del tiempo sobre mí.

Ya lo decían los más listos: el principal problema del hombre moderno es cómo organizar -e intentar disfrutar, añadiría yo- sus horas de vigilia. El Tiempo, ése sí es un fugitivo, y no Harrison Ford.

Buena suerte en vuestro intento.